¿No te pasa que perdès el corazón?
Me bajé del escenario, niña. Apenas me alcanzó un soplo para cantarte la de siempre, la que tanto te gustaba escuchar cuando poníamos a secar los pies a la chimenea. Yo era un pobre diablo, tú una provinciana de pinta.
Me bajé del escenario, y perdí el corazón. Abajo me quedaste tú y una botella de tequila, otra de ron. Una cerveza, dos cervezas calientes más tarde. Hay respuestas: tú cerraste entonces, pero yo tenía la llave. Sabes que estoy borracho, que no soporto tu instinto a las lechugas, que en cualquier momento vengo y te como el alma. Te devoro, pueblerina, y ¿qué vas a hacer contra eso?
Me bajé del escenario, y te imaginas acaso lo necesario que es sacarse los ojos cuando todo el mundo se ha dado cuenta que ésa mi mujer es imagen divergente de hoy a siempre. Pobre intermitente, me gritan desde la barra. Y a arañar más fuerte los acordes, a desnudar de un grito el desarme digital. Me bajé del escenario, me subí al avión. Quién sabe a dónde voy a parar: este viaje es mejor hacerlo solo, canté por última vez. Te llevo en las maletas y en la partición del imperativo. Te llevo guardada en una fotografía a ciegas, en tu suburbana tempestad, en los tornillos y las tuercas. Te llevo bien doblada en mi cartera, así las promesas se cumplen, y quién sabe. Tal vez volvamos a encontrarnos, tal vez empecemos a vivir.
Pero una vez más, niña: ¿No te pasa que perdés el corazón?
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