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miércoles, 10 de marzo de 2010

Hace tanto tiempo, Yafet. La crònica sigue escribièndose en ese viejo diario que dejè guardado debajo de la cama.
Fue difìcil hacerte hablar, porque eras inamovible. Pasear por entre las sortijas del parque casi nos causa la muerte instantànea. Hacìa un frìo de los que calan en la carne: tù abriste el corazòn y yo abrì las piernas.
Pero nos comiò la vida. Esto era un idilio de aquellos que los griegos describìan en sus historietas mìticas. Esto significaba el degradè de siglos, de ocèanos, de alturas. De voces, de mareas y segunderos que esperaban decirnos adiòs.
Fallaste, Yafet, fallamos. No es sano: ahora estaràs acaso contando los arbustos junto a una esperanza diligente. Y yo sentada aquì, hombre, esperando la hora. Han pasado los años y no me faltan pliegues en la piel; el deseo me està comiendo, y quiero emprender ese viaje. Subirme al aviòn del juramento, y estrellarme en la primera constelaciòn que se me pegue la gana.
Carajo, que fallaste, y que lo perdiste todo. Que eres ahora uno de esos pobres diablos. Que fallaste, y te vas, cobarde: no saltaste la tabla, no aprendiste a jugar a las escondidas.
Carajo, Yafet.
Miedo a las alturas, llàmelo usted. En vez de mirar al piso, te perdiste con los ojos pegados al rey Rà. Y te has quedado ciego, Yafet, y ahora dime, ¿quièn te va a abrigar la mirada cuando te abrase el infinito?

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