Uno piensa que la antelación es cuestión de predecir inmediatos finales felices. A uno le llega la memoria cuando ya no tiene recuerdos que valgan la pena ser estimados.
No cuenta saberse lúcidos por naturaleza. Existir no va a menguar el pecado del recelo, de la pasión por encontrar o ser encontrados. Ella permanece, insiste, delivera: el presente es más que una esfera de primeras impresiones. Esto atrae y corroe, pero habrá que resistir entonces, habrá que amarrarse bien las zapatillas para no caer en la tentación de dejar de ser fluviales.
Habrá que pensar, mujer, que si soñar es equivalente a dejar de lado temores falciformes, se pensará para un futuro empezar a rimar con el agua de alabastro; ha que la soledad punza como no otra, de lealtad impertinente y risa dolorosa. Ya ni el dolor, acá, se mete tan dentro de las uñas. Ya ni el amante encontró vocal precisa, ya ni el que odia precisó encontrar consorcio.
En un sueño enredadera, trama de verdades sin aval. Será escapar de una luna que mengua entristecida, desasirse de esta canción que desespero, soledad protagónica de muros.
Y tu fosa que suena y revolotea, y el fénix de alta mar que susurra entre tus letras: mírame, mírame ahora, que no queda tanta vida; es esta calvicie de miradas que me entierra de un zarpazo. Esta falta de entumidos cataclismos, de noches y lagunas, de sexual esperanza y olor a desterrado.
Al nomeolvides, al desazón: por esto que fue un lirio y que casi se cae de las aguas de tus dedos. De tus dedos. De tus dedos.
Aquí hay un eco de prosopopeya, allá un ínfimo querer de canela y aguamiel. Y dame tus manos, ave. Habrá cicatrices, pero contigo, de tus dedos...
Aquí hay un eco.
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