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domingo, 7 de marzo de 2010

Casualidades

Segundo día sin dormir y otra sacudida inesperada a mitad de la noche.

Por lo general, el sentimiento de frustración rasga nuestra realidad soterrando la inconsciencia más cercana a la felicidad, mina nuestras decisiones de una manera silenciosa, y constante. Pero a veces no. A veces, de hecho solo un par de veces o tres en la vida, en los casos en que el paciente no presenta patologías específicas, esa frustración debora el límite intentando ejercer de eximente, sacando lo mejor de cada uno de la manera más pura, más límpia, más animal. Es entonces cuando nos mostramos, cuando utilizamos la violencia para expresar lo que somos aunque entendamos que no nos lleva a ninguna parte.

Durante los siguientes venticinco años ella había cumplido resignada el papel de figura paternal y madre amantísima al tiempo. Cuidaba además a Pedro hasta en el último detalle, como queriendo devolverle el orgullo que ella misma le arebataba cada vez que decía que era una personita muy especial. Cada día le vestía cuidadosamente en un orden meticuloso mientras él le tocaba el pelo con una fuerza descontrolada y la mirada perdida. Pantalones perfectamente planchados, camisa de cuadros por dentro, americana al uso y bocadillo envuelto acompañado de zumo y sus correspondientes servilletas en la cartera de metal que su hermano le había traido de América y ala, a la plaza. Todo el mundo conocía a Pedro, cumplía de libro su figura en aquel pequeño pueblo de Ávila, y no había vecino que no le tuviera cariño.

Sebastián , por su parte, había hecho las veces de paladín de Pedro, cualquier niño que se metiera con él sabía que tendría problemas con su hermano Sebas. Su constitución física evidentemante más pequeña que la de Pedro nunca le resultó un problema para ganarse cierta fama. Mientras estuvo en el pueblo, claro. Después las cosas cambiaron. Pedro siempre estuvo presente mientras Sebas creció, estudió en Madrid y se marchó a Estados Unidos a especializarse en patologías psicológicas irreversibles. De alguna manera Sebas también estuvo presente mientras Pedro crecía.

Llegado el momento, Sebas conoció a una colega brillante y se casó. Su trabajo como investigador y teórico en su campo le permitió volverse a vivir al pueblo, y ella estaba encantada con la tranquilidad que le ofrecía Ávila. Por otro lado su madre no podía esperar un final mejor para su hijo, y tenerle tan cerca le regalaba un tiempo del que nunca había dispuesto ya que Pedro pasaba la mitad del tiempo en casa de su hermano, jugando con su cuñada y enseñándole Castellano. Ella había pensado que era buena idea que Pedro la ayudara a mejorar el idioma y con algunas cosas en la casa, que le haría sentirse útil a sus cuarenta y tres años, y la verdad es que últimamente estaba más estable. Pedro y ella pasaban mucho tiempo juntos incluso se quedaba a dormir a veces. A ella también le tocaba su pelo negro de cuando en cuando.

Aquella tarde Sebas acompañó a su madre a un pueblo cercano para mirar una cama eléctrica de las que levantan la mitad, tras una semana de negociaciones con ella para que comprendiera que le sería más cómodo, que no era una lisiada y que podía valerse por si misma, pero que le sería más cómodo. Los veinte minutos que les separaban del otro pueblo se los pasaron contando anécdotas de cuando Pedro y él eran jóvenes, de lo bien que lo pasaban juntos jugando al escondite, de lo que costaba encontrar a Pedro y de el conejo negro que tenía que no dejaba dormir a nadie. De aquel conejo Sebas casi ni se acordaba y el recuerdo le dejó un sabor de boca extraño que cerró la conversación. Al salir de la tienda Sebas llamó a su esposa para saber si necesitaba algo del supermercado pero ella no respondió al teléfono.

Treinta minutos más tarde, y tras dejar a su satisfecha madre en su portal, Sebas abrió la puerta de su casa encontrándose a Pedro con una taza de café caliente, la mirada más consciente que le recordaba y una sonrisa socarrona.
--¿Te acuerdas cuando jugabamos de pequeños en el patio? ¿lo que te costaba encontrarrme?
Sebas se asustó, no era normal toda aquella elocuencia y tranquilidad.
-- Hola hombre, parece que hoy toca recordar. – Mientras se encaminaba hacia el estudio.
-- Recuerdo una noche que me escondí debajo la mesa vieja de papá para que si venía mamá por la noche no le hiciera nada a mi conejito. Pero no vino. Anoche también me escondí, estábais haciendo mucho ruido, no podía dormir. Le encanta que la llames conejito ¿verdad?

Sebas apenas prestó atención, estaba desgarrando lentamente la bolsa de plástico que tenía su esposa en la cabeza. Sin llorar, sin gritar, comprendiendo exactamente lo que pasaba y recordando haber escrito más de un artículo sobre ello.

Extraido de:
http://a-bocajarro.blogspot.com

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